
Hace ya bastantes años de eso.
Lo más difícil fue el ingreso.
Primero te revisan de pies a cabeza. Luego accedes a un patio, con enormes muros grises, de más de 5 metros de altura.
Es solo un bloque que antecede a la verdadera entrada al recinto.
Una puerta grande de color negro se abre.
Camino otro tramo, con guardias a mi alrededor. Es un patio un poco más amplio que el anterior, aunque sigue estando rodeado de esos enormes muros grises.
La entrada a la población del reclusorio no es más que una puerta de cristal, como si fueran oficinas de alguna institución de gobierno o una escuela.
Camino por un pasillo angosto lleno de reclusos, con su uniforme beige.
Me miran de pies a cabeza, buscando mis debilidades, olfateando mi miedo.
Algunos se levantan y se ponen delante de mí.
Sin decir nada, sin hacer un solo gesto, solo mirándome.
Evito mirarlos de frente, camino alrededor de ellos.
Otros tantos te piden dinero, comida, cualquier cosa que traigas a la vista.
Llego a una reja que da acceso al patio principal y al auditorio.
Dos reclusos se encuentran ahí, como si fueran guardias de seguridad.
Denegando o permitiendo el acceso.
Uno de ellos se acerca y me dice:
«Si no tocan una de Thrash Metal, no salen de aquí».
No respondo. Solo sigo caminando, sin dejar de ver al recluso, que ahora sonríe.
Apresuré el paso, son el último de mis compañeros.
Entramos al auditorio. Respiro hondo, cierro mis ojos. Saco mi bajo del estuche.
Luego de eso, todos preparamos los instrumentos lo más rápido que podemos para comenzar a tocar.
Pocos minutos después, los reclusos entran como una estampida al auditorio.
Comenzamos a tocar.
Solo un par de horas me bastaron para no querer estar ahí nunca más.
Ni siquiera entré como recluso. Era parte de un grupo de covers de rock que había ido como parte de un programa para brindar entretenimiento a los reclusos.
Al final, no niego que me divertí tocando, pero sí me pidieran hacerlo de nuevo, no lo haría.
Primero porque ya no toco.
Segundo y más importante, es muy imponente entrar a prisión, incluso como visita.
No puedo ni imaginarme lo difícil que debe ser estar ahí como parte de la población penitenciaria.
Bueno, y si algo aprendí de esta experiencia fue, que no quiero estar en prisión, esa es muy evidente. Pero también aprendí que la gente puede percibir tu miedo.
Ya sea en prisión o fuera de ella.
Si tienes miedo de ofender, la gente lo percibe.
Si tienes miedo de mostrarte como eres, la gente lo percibe.
Si tienes miedo de vender, la gente lo percibe.
Muchos negocios online tienen miedo a vender.
Tal vez no se dan cuenta, pero es evidente.
Lo notas en su web.
En sus emails.
En sus publicaciones en redes sociales.
Y cuando un negocio demuestra su miedo a vender, consigue menos ventas. O las que consigue son perdiendo hasta la camisa en el proceso.
En la newsletter, todos los días consejos sobre copywriting y ventas online, para sacudirte el polvo, para quitarte el miedo a vender, para divertirte un rato.
Si te gusta la idea, te apuntas con un click. Si te deja de gustar, te das de baja con otro click.